jueves, 30 de julio de 2020

Visualiza tu espacio-tiempo



Tú me has pedido una historia de viajes. Yo te digo: cierra tus ojos. Trasládate a los campos de Castilla; a las praderas amarillo infinito en las cuales el sol apenas se esconde, donde aún viven las antiguas leyendas que un día comenzaron a manar la intensa luz de la verdad.
Escucha las conversaciones de los moradores, resguardados en el interior de sus casas bajas. Percibe las arrugas en sus rostros, sus manos callosas del huerto, atareadas ahora en la cocina mientras te dicen: aquí no huele a mar, pues el río se ha secado.
El olor a salitre inunda tus entrañas, evoca recuerdos de tu niñez. La crema de playa en los días sin reloj se desliza por tu cuerpo, que, sintiéndose extranjero, rejuvenece al ritmo de las aventuras. Sonríe al contemplar la inmensidad del mar, el ocaso, la última frontera. El viento trae el sonido de las gaviotas, que marchan allá, que te invitan a mirar en dirección opuesta, hacia la tierra que se oculta tras las nubes.
La temperatura desciende, el cuerpo se abriga, la actitud no cambia. Sigues en busca de lo que nunca perdiste, sigues elevándote en pos de la inspiración de la experiencia, sigues porque un día te regalaron una bola del mundo, porque al hacerte mayor lo recorriste…porque al regresar entendiste que la joya estaba en casa.

martes, 5 de mayo de 2020

Justiniano y Juliana

Mi abuelo lleva una década en diálisis. Tres veces por semana, una ambulancia va a buscarle a su casa, en un pueblo aislado donde antaño deambularon personas, o personajes, ahora leyendas. Justiniano -ese es su nombre- no puede fallar a la cita. ¿Las seis de la mañana, en pleno enero, con la carretera comarcal llena de placas de hielo? No hay opción, Justiniano bien lo sabe.
Hace unas semanas su mundo se puso patas arriba. El chico que venía a recogerle con la ambulancia apareció con guantes, mascarilla y un traje que Justiniano no veía desde 1969. También él tuvo que protegerse, y al llegar al hospital comprendió el motivo. Las enfermeras -sus amigas- parecían nerviosas; sus caras denotaban cansancio y no bromeaban con tanta facilidad. Insistían en el lavado de manos, en la limpieza de la sala y, como siempre, estaban pendientes de mi abuelo y del resto de enfermos, haciéndoles las horas de diálisis más llevaderas
 
Estas semanas, Justiniano ha ido a diálisis mucho más triste. A la confusión de saber que el hospital al que tenía que acudir estaba en pie de guerra se unió el desgarro por la pérdida de Juliana, su compañera de vida, semanas atrás. Fue justo antes del estallido de esta maldita pandemia. Nosotros hemos tenido la inmensa fortuna de haber podido despedirnos de ella. Estuvo acompañada hasta el final. Mi abuela fue valiente, mantuvo la entereza y nos ayudó a aceptar la ley de la vida. Mi abuelo la echa mucho de menos, pero también es muy valiente. Nos mira a los ojos -ahora, a través de la pantalla de un móvil- y con ellos nos dice que sí, que sigue luchando. Que sigue yendo tres veces por semana al hospital para vivir, como le pidió Juliana. Sigue luchando por todos los que se han ido. Sigue luchando por los médicos y enfermeras que le cuidan desde hace tanto tiempo. Sigue luchando porque -precisamente- la vida a veces duele. 
 
Mi abuelo, por mucho que le apoyemos, a veces se siente solo. La ausencia de Juliana es tangible, punzante. Su sabiduría, su tesón, su amor familiar sigue flotando entre nosotros. Su generación sufrió lo indecible, pero supieron apretar los dientes, mantenerse enteros, unidos, sabiendo discernir lo esencial de lo superfluo. Piedra a piedra levantaron un país, alimentaron una generación, disfrutaron de sus nietos. Nos enseñaron los secretos del campo, la cocina y la casa. Ahora nos miran asustados, confundidos. Muchos, por desgracia, se marchan solos, pero nos siguen cuidando desde arriba, desde las sonrisas de los que aquí siguen y nos dicen: resistencia, resiliencia, adelante.
Los que ahora somos jóvenes, pronto seremos viejos. Miremos, pues, esos rostros arrugados, esos cuerpos pastosos, esos ojos universales. Escuchemos, aunque sea desde la distancia, y entendamos lo que nos dicen. Sigamos con ellos, sigamos diciendo que pronto les abrazaremos y sintamos, al hacerlo, que abrazamos también a todos los que se fueron, pues somos ellos. Todos somos ellos.


jueves, 2 de enero de 2020

El muñeco de nieve negra.


Un escritor, apellidado Dickens, soñó un cuento de Navidad. Después lo tradujo al lenguaje escrito y lo puso en la mesa que compartes con tus familiares y amigos.
¿Y que pasó después?
Que se quedó frio. Dejaron de prestarle atención. Probaron otros sabores y lo relegaron al olvido. Pusieron la tele para impregnarse del supuesto espíritu navideño mientras Dickens lloraba, Hesse paseaba y la mente de Kafka creaba un muñeco de nieve negra.
¿Nieve negra?
Esta última década no ha hecho más que caer nieve negra, solo que no nos hemos dado cuenta.
¿Y que hizo el muñeco?
Sentarse en la mesa con una familia todas las navidades, desde el 24 hasta el 6. Lo primero que hizo fue requisar los móviles; solo les permitió utilizarlos cuando fueran a llamar a familiares y amigos. Sin móviles, se miraron a los ojos durante las comidas y las cenas hasta que las palabras del cuento de Dickens empezaron a brotar de sus pupilas, que lagrimaban. Luego les animó a revisar el menú navideño; sin decir una palabra, les hizo comprender de lo vital que resultaba comer y beber con moderación. A continuación pintaron cuadros, escribieron cartas, tallaron manualidades y se las intercambiaron a modo de regalo. En Nochevieja cortó la luz y se tomaron las uvas escuchando el reloj de cuco.
Unos meses más tarde, aún sin haberse recuperado del shock, la familia se reunió de nuevo. Estaban comiendo, hablando de esto y lo otro, hasta que en un momento se hizo el silencio. Dejaron los cubiertos y se miraron.
Vosotros...¿seguís escuchando el sonido del reloj? -dijo uno.
Todos los días.
A todas horas.
Es un recordatorio para no olvidar el espíritu de la navidad.
Nos ha hecho mejores. Llevo un año fantástico, ahora soy mejor persona.
¿Dónde está el muñeco de nieve negra?
En otra casa. Irá cada año a una casa hasta que la navidad vuelva a ser blanca. Solo entonces podrá descansar.