—Un
escritor, apellidado Dickens, soñó un cuento de Navidad. Después
lo tradujo al lenguaje escrito y lo puso en la mesa que compartes con
tus familiares y amigos.
—¿Y
que pasó después?
—Que
se quedó frio. Dejaron de prestarle atención. Probaron otros
sabores y lo relegaron al olvido. Pusieron la tele para impregnarse
del supuesto espíritu navideño mientras Dickens lloraba, Hesse
paseaba y la mente de Kafka creaba un muñeco de nieve negra.
—¿Nieve
negra?
—Esta
última década no ha hecho más que caer nieve negra, solo que no
nos hemos dado cuenta.
—¿Y
que hizo el muñeco?
—Sentarse
en la mesa con una familia todas las navidades, desde el 24 hasta el
6. Lo primero que hizo fue requisar los móviles; solo les permitió
utilizarlos cuando fueran a llamar a familiares y amigos. Sin
móviles, se miraron a los ojos durante las comidas y las cenas hasta
que las palabras del cuento de Dickens empezaron a brotar de sus
pupilas, que lagrimaban. Luego les animó a revisar el menú
navideño; sin decir una palabra, les hizo comprender de lo vital que
resultaba comer y beber con moderación. A continuación pintaron
cuadros, escribieron cartas, tallaron manualidades y se las
intercambiaron a modo de regalo. En Nochevieja cortó la luz y se
tomaron las uvas escuchando el reloj de cuco.
Unos
meses más tarde, aún sin haberse recuperado del shock, la familia
se reunió de nuevo. Estaban comiendo, hablando de esto y lo otro,
hasta que en un momento se hizo el silencio. Dejaron los cubiertos y
se miraron.
—Vosotros...¿seguís
escuchando el sonido del reloj? -dijo uno.
—Todos
los días.
—A
todas horas.
—Es
un recordatorio para no olvidar el espíritu de la navidad.
—Nos
ha hecho mejores. Llevo un año fantástico, ahora soy mejor persona.
—¿Dónde
está el muñeco de nieve negra?
—En
otra casa. Irá cada año a una casa hasta que la navidad vuelva a
ser blanca. Solo entonces podrá descansar.
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