Tú me has pedido una historia de viajes.
Yo te digo: cierra tus ojos. Trasládate a los campos de Castilla; a las
praderas amarillo infinito en las cuales el sol apenas se esconde, donde aún
viven las antiguas leyendas que un día comenzaron a manar la intensa luz de la
verdad.
Escucha las conversaciones de los
moradores, resguardados en el interior de sus casas bajas. Percibe las arrugas
en sus rostros, sus manos callosas del huerto, atareadas ahora en la cocina
mientras te dicen: aquí no huele a mar, pues el río se ha secado.
El olor a salitre inunda tus entrañas, evoca
recuerdos de tu niñez. La crema de playa en los días sin reloj se desliza por
tu cuerpo, que, sintiéndose extranjero, rejuvenece al ritmo de las aventuras.
Sonríe al contemplar la inmensidad del mar, el ocaso, la última frontera. El
viento trae el sonido de las gaviotas, que marchan allá, que te invitan a mirar
en dirección opuesta, hacia la tierra que se oculta tras las nubes.
La temperatura desciende, el cuerpo se abriga, la actitud no cambia.
Sigues en busca de lo que nunca perdiste, sigues elevándote en pos de la
inspiración de la experiencia, sigues porque un día te regalaron una bola del
mundo, porque al hacerte mayor lo recorriste…porque al regresar entendiste que la
joya estaba en casa.
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